martes, 31 de enero de 2012

De nostalgias habitado

-¿Habéis visto a Beatriz? ¿La habéis visto? Decidme. ¿Sabéis dónde se encuentra?

Roberto no dejaba de repetir la misma pregunta a quienes se encontraba en su camino. Pero la gente le miraba extrañada y lo tomaba por un loco.

-¿Qué Beatriz?

-Beatriz, mi amada, la de rizados y dorados cabellos, ojos de azul turquesa, labios de terciopelo rosa y pecas de canela, la de...

-No, esa mujer por quí no ha pasado. Búscala en otro sitio -se mofaban algunos, y otros lo compadecían.

-Pobre hombre, ha perdido el juicio.

-Está chiflado.

Pero Roberto seguía infatigable su búsqueda. Un día se apostó a la puerta de El Corte Inglés, en el paseo de Juan de Austria, y comenzó a apreguntarle por su amada a todo el que salía y entraba. En seguida se formó un corro a su alrededor. La gente se empujaba y pisoteaba para escuchar lo que decía. Todo el mundo quería saber de qué hablaba o qué anunciaba. Entonces apareció de nuevo el viejo de las barbas y el cabello canosos y gritó airado:

¿Qué es esto, espíritus perezosos? ¿Qué negligencia, qué demora es esta? Dejen libre la calle, que hay más gente que quiere pasasr.

Del mismo modo que las palomas, cuando están reunidas en torno a su alimento, cogiendo el grano y quietas, sin hacer oír sus acostumbrados arrullos, si acontece algo que las asuste, abandonan súbitamente la comida porque las asalta un mayor cuidado, así se desbandó aquella concurrencia, como quien huye sin saber adónde. Entonces el poeta reconoció al viejo guardián del purgatorio y se alegró de enonctrarlo de nuevo. Le explicó que seguía buscando a su amada Beatriz, su inspiración, su musa. Desde hacía meses la buscaba por toda la ciudad sin conseguir encontrarla, y nadie sabía darle respuesta.

-Lo mejor es que vayas a la televisión -le aconsejó el viejo-. Si esa mujer está en alguna parte, en cuanto den el comunicado de búsqueda por la pantalla te llamarán diciédote que la han localizado. Así encontré yo a mújer cuando se escapó con un fontanero. Entonces creía en el amor... -y comenzó a relatarle la triste historia de su vida. Un día fue un trabajador honrado y honesto, pero el fantasma del paro echó sus garras sobre la empresa en que trabajaba y perdió su empleo. Su mujer lo abandonó, sus hijos renegaron de é, usurparon su herencia, robaron cuanto tenía y lo deshauciaron. Durante un tiempo vivió como un mendigo. Sólo algunas almas caritativas aliviaban su miseria con parvas limosnas...

Roberto apenas le escuchaba pensando en su nueva etapa. Acababa de salir del infierno, estaba en el antepurgatorio y ya conocía el camino a seguir, así que no tenía por qué perder más tiempo.


Juan María de Prada, Amor, amor, Ed. Libertarias Prodhufi, Madrid, 1994.

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