jueves, 16 de febrero de 2012

Alegría y jolgorio en el cabaré.


Linda y Bibí se miraron extrañadas. En ese momento, Rafa, como si se hubiera recuperado de la caída que acababa de sufrir, se lanzó como un animal sobre el bolso de Bibí, en el que había visto una pistola.


-Dame tu bolso. ¡Dame tu bolso! -gritó enloquecido, disputándole a su propietaria aquel zurrón de piel plastificada.


-¡Estate quieta, Rafi -chillaba a su vez Bibí, sin comprender lo que Rafa buscaba-. ¿Qué es lo que quieres, Rafi? Dime, ¿qué es lo que quieres?


-¡Por Dios, dame tu bolso! gritaba Rafa, enzarzado con Bibí y rodando con ella por el suelo.


-¡Deteneros! ¡Ya basta! -chilló Linda, tratando de separarlos-. ¡Pero qué es lo que os pasa! ¿Se puede saber qué mosca os ha picado?


Mientras los dos amigos forcejaeaban en una aparente lucha absurda, afuera, en el patio de El Molino, se cascaban las copas de champán, los chorros de espuma empapaban a los espectadores y zumbaba por el aire todo tipo de objeto que tolerara ser lanzado. Desde el escenario, el presentador pretendía ser oído y luchaba a brazo partido, y a lengua biperina, por el control del micrófono con los jóvenes guerreros de las crestas pintadas. En una de las mesas, un tipo rollizo y tripón daba vueltas como una peonza sobre su propia barriga; y a su lado, tres viejas cotorras hacían añicos sus paraguas sobre las espaldas de los gamberros que la habían tomado con su hermano, el gordo trompón. Más allá, dos viejos borrachos, empapados de champán hasta los ralos y canosos cabellos, jugaban al gato y al ratón con una oronda vikinga que se escurría y reptaba bajo las mesas como una boa tras una suculenta comida. Y en el palco, de pie, Matías, Florencio y Françoise observaba perplejos y alucinados el fruitivo espectáculo.


Juan María de Prada, Trastornados por la luna, Ediciones Libertarias, Madrid 1987

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