lunes, 16 de enero de 2012

literatura y política


Bellver no era amigo natural de Roca, del que le separaban casi dos generaciones. Tuvo noticias de él por su padre, con el que conservaba una buena amistad de los años de estudiante. Ignacio Bellver había sido compañero de pupitre del ex gobernador en Los Misericordiosos, colegio por el que había pasado gran parte de la élite de la ciudad, entre los que figuraban, como no podía ser de otro modo, no pocos dirigentes del reformismo. Cuando Roca cayó en desgracia, Pere Bellver empezó a frecuentar su compañía, casi por casualidad, en la taberna El Orco, refugio de intelectuales y políticos proscritos. Allí conoció el arte de la política y sus torticeras agucias. Aprendió a distinguir la diferencia entre declaraciones y creencias, proclamas y principios, promesas y compromisos. Por la amistad con su padre, Roca ejercería desde el primer momento de amable maestro. Con paciencia, le desveló la política como un arte de difícil equilibrio, donde la razón no era la guía, sino la excusa; y la exhibida pasión, una añagaza para embaucar voluntades.

-La política es una ópera bufa en la que los malos son los buenos, y los buenos no saben lo que son, pero apenas cuentan nada –le decía cínico-. Pero no te equivoques: la política no sólo es necesaria, sino imprescindible. En cualquier sociedad que imagines, nada ocurre sin su intervención. Así que, deberás tenerla muy en cuenta, si quieres sobrevivir.

Bellver lo escuchaba con respeto, impresionado por el conocimiento de una disciplina que él, sin embargo, estimaba deleznable, resultado de la ambición, el egoísmo y el afán de dominio. Hablaban de literatura y política, de arte y de historia, y de los correspondientes ámbitos morales. Cicerón, Plutarco o Tácito formaban parte de sus críticas lecturas. Pero mientras Roca valoraba la sabiduría que rezumaban sus textos, Bellver se impresionaba con la belleza de su estilo: la pulcritud y claridad de Cicerón, la agradable armonía de Plutarco o la sorprendente concisión de Tácito. Sólo mediante el arte, podía el ser humano elevarse sobre su inanidad, decía Bellver, y Roca le replicaba que así como la política tenía por referencia la ética colectiva, el arte no era sino expresión de la moral individual, y por tanto debía estar supeditada a la anterior.

-Todo eso que valoras en el arte está muy bien como satisfacción del placer estético –le dijo Roca tras una apasionada discusión sobre el valor de la literatura-. Pero dime, ¿sirve para algo más?
 
Bellver le respondía que él intentaba encontrar la fórmula de la armonía entre el hombre y la naturaleza, y que el arte era necesariamente el punto de unión, el único modo de superar el eterno conflicto.
 

 
Juan María de Prada, El sueño de las mariposas. RTPI:M-009839/2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario